SOMBRAS Y LUCES síntesis de J Tanikazi
Sombras y luces
El ventilador no se adapta con facilidad al
estilo de una casa nipona. En los hoteles turístico modernoss son necesarios
porque los clientes los exigen.
El papel de Occidente es útil; el chino o japonés tiene
una textura con un color que nos
acaricia. el papel oriental absorbe la blancura, se dobla y se arruga sin hacer
ruido. Al tacto es un poco húmedo.
La vista de un objeto brillante nos
molesta. Occidente pule los bronces, la plata, para darle brillo; a nosotros nos atormenta que resplandezcan. No nos pasa por la imaginacón pulirlos. Nos
apatece verlos oscurecer- en su superficie,
el estaño sobre todo- cómo se ennegrecen con la patina del tiempo. Todo lo que
brilla se convierte en un material
pesado con reflejos densos al igual que
la cerámica.
China ama el jade, con sus turbios reflejos fugaces, dados por los siglos. No posee el color de la esmeralda, el rubí o el brillo del brillante, pero esa
turbia superficie espesa y con sustancia nos atrae. El cristal de roca,
comparado con el chileno, es demasiado
puro y límpido. El nuestro tiene ligeras
nubes; nos gusta el cristal con vetas con partes de material opaco. Incluso el
cristal de oriente es similar a los jades o ágatas de los cristales occidentales.
China lo conoció mucho antes al cristal pero no evolucionó como en Europa. En
cambio la cerámica progresó en su
evolución.
Preferimos los reflejos velados al brillo
helado. Los chinos llaman los efectos del tiempo “el lustre de la mano” y Japón lo denomina “el
desgaste”, producido a través del uso al frotarlo, que le otorga humedad con el
desgaste de las manos.
Ustedes alardean de una limpieza
dudosa que puede ser discutible, mientras
se empeñan en quitar la suciedad nosotros la conservamos hasta transformarla en
algo bello. Es una excusa, tal vez, - nos calma, tranquiliza los nervios- aunque
no nos place los objetos manchados de grasa o de hollín .
Tampoco en un hospital deberían ser
tan blancos los muros o los
guardapolvos de los médicos, ni tener
los instrumentos para una cirugía ese brillo metalico; los consultorios de los
dentistas con tanto metal brillante me causa cierto escozor. De instalarse en
Japón, tendrían un color más acorde con nuestro estilo.
Hasta hace poco los reservados no tenían
luz eléctrica, sino antiguos candelabros. Como los occidentales encontraba el
lugar demasiado antiguo y preferían la luz eléctrica, debieron instalarla. La luz dudosa de los candelabros realza la
belleza de las lacas japonesas, dando la impresión de un sitio nocturno, de
mayor reflejo al barniz llamado laca .
En La
India prefieren la cerámica. Nosotros amamos la laca rústica; en la sombra, se
ve mejor la belleza de la laca negra, marrón o colorada , lograda a través de
muchísimas capas oscuras. A veces un cofre, una bandeja en una mesa baja, el anaquel docorado con oro molido
puede parecer demasiado chillón o vulgar, pero si quitamos la luz eléctrica y
la sustituimos por una lámpara de aceite
o de vela se tornan sobrios. Los artesanos los fabricaban siempre pensando en
sitios con poca iluminación; el dorado se moldeaba con esa visión oscura del ambiente
y se ocupaban de cómo darían sus
reflejos las lámparas.
Cada uno de esos muebles u objetos están
pensados para no ver de inmediato, sino adivinar en un fondo de una luz difusa o de una llama de aceite
parpadeando, la luz temblorosa, revelando cierto detalles.
No rechazo la cerámica, pero adolece de la profundidad de las lacas. La cerámica es fría
al tocarla: no sirve para alimentos calientes; al menor golpe emiten un ruido
seco, mientras las lacas, ligeras en su superficie, no lastiman el oído al e
golpear. Con la laca tanto sea un cuenco de sopa o de té se siente la tibieza
en la palma de la mano, dejando una sensación muy agradable. Nunca se sentiría
lo mismo con la cerámica fría. Un cuenco siempre es placentero mientras un
plato plano y blanco en Occidente no crea la misma sensación: se saborea de
forma diferente.
La comida japonesa se mira primero entre el brillo de la laca y el brillo de las
velas. La sopa bermeja del miso parece
más gustosa. La salsa viscosa y reluciente que acompaña el pescado crudo o los
vegetales hervidos, se ven mejor con una luz difusa. Todos los alimentos
blancos se realzan, si se ilumina el entorno: el arroz blanco en un pote de
laca negra en un rincón sombrío de la mesa es más estético y estimula probarlo
y comerlo con su cálido vapor y el grano brillante. La cocina oriental armoniza con la
sombra; entre ella y la oscuridad existen lazos indestructibles”
MÁSCARAS, EL COLOR, LA PIEL,
La tez de los japoneses constrasta con el traje del nô, colores brillantes
con mucho oro y plata Y reflejo rojizos, típico en nuestro país, con el rostro
amarillento son atractivos, por eso las prendas en oro y plata y las capas
verde oscuro o rojo caqui, los vestidos de mangas estrechas con amplios
pantalones de un blanco inmaculado
favorecen y hacía enloquecer a los señores de antes. La piel japonesa no
es agradable o así ellos lo piensan; por
eso mismo se maquillan de blanco, porque es la piel que les agrada. Necesitan
ser iluminada al estilo oriental, nunca con luces occidentales.
El actor no sube al escenario con la cara y
cuello al natural. Las manos japonesas no son bellas, es el modo de
presentarlas en el Nô que las transforma.
Las mangas anchas las muestran mejoradas: manos vulgares se transforman
con ese ropaje; cobran un efecto seductor
que asombra; jamás ocurriría ese hechizo con ropas modernas.
El teatro
En el NÔ, la parte física que se ve es ínfima, la cara, el cuello y las manos
desde las muñecas hasta los dedos.
Los labios de los hombres, en el NÔ, actuando en roles
femeninos, atraen por ese color rojizo oscuro
que sugieren más que los labos femeninos. El actor para cantar humedece continuamente
sus labios con saliva. Con los niños pasa lo mismo con sus mejllas sonrosadas y frescas; el niño tiene la tez más clara pero
queda bien su piel oscura, vestido de verde. Bajo una luz brillante sería un
desastre: se necesita un edificio antiguo, tabiques de madera de reflejos
oscuros y una luz que ilumine al actor
en forma de campana. La oscuridad reina en esta clase de obras; los trajes son
similares a los de la nobleza con esos
suntuosos trajes de época de las guerra civiles. El Nô enaltece a los nobles de nuestra raza, con
las caras quemadas y los pómulos
salientes y esas capas y esa ropa elegante.
Más que el espectáculo nos regodeamos en tiempos pasados, en el porte
masculino; el actor que actúa como mujer lleva una máscara distanciándose de la
realidad, -las mujeres del kabuki
también se alejan del mundo real-.Los hombres tenían una feminidad especial,
tal vez por la luminosidad, para que no resaltara la silueta masculina.
Para iluminar el teatro de marionetas se
usaban lámparas de petróleo que daban al ambiente una iluminación difumada a esas muñecas
que sólo mostraban la cabeza y las manos
La vestimenta
Las mujeres se vestían antaño con colores
apagados; el traje estorbaba; incluso se
teñían de negro los dientes y hasta se ponían una pincelada de sombra sobre la
boca. Recuerdo a mi madre cosiendo en la parte de atrás de nuestra casa
con una luz tenue. De mi madre recuerdo apenas el rostro, las manos y apenas
los pies.
Las
casas en 1890 eran muy oscuras, en la burguesía de Tokio; mis tías y otros
parientes se ennegrecían los dientes. Cuando salían se ponían trajes grises con
algún dibujo; las mujeres son pequeñitas
en general, pecho liso, delgadas, cintura
y caderas casi sin carne, espalda recta, tronco enjuto, casi sin proporción con
la cara y los miembros, Aún existen algunas mujeres o geishas con esa
figura consumida. La vestimenta les
otorga volumen pero sin ella las mujeres de antes eran como estacas de madera.
Vivían a la sombra donde sólo se vislumbraba rostros blanquecinos; no se necesitaba poseer un cuerpo; eran fantasmas frente a los
desnudos cuerpos de la mujer moderna. Una belleza es un resultado de
claroscuros en juxtaposición; la belleza pierde su luz sin los efectos de la sombra. Antiguamente, se consideraba a la mujer indivisible de la penumbra, por eso las mangas largas y
largas colas también que ocultaban los pies ; entonces descollaba la cabeza y
el cuello y, lo que no se veía no existía. Si las comparamos con las mujeres de
Occidente tienen un cuerpo deslucido.
Los orientales carecen de pies, en otras épocas los deforman
hasta hacerlos parecer pequeños; ell proceso era muy doloroso; los occidentales
poseen pies pero el cuerpo es
translúcido. Nuestra imaginación se mueve entre penumbras, entre tinieblas
negras como la laca. Mientras ustedes limpian todo para que brille; nosotros buscamos
los colores de la sombra y ustedes,los colores del sol. Nos gusta la pátina
sobre la plata y el cobre, no es sucia
ni antihigiénica, aceptamos lo oscuro como algo inevitable; encontramos en las
tinieblas placer, una belleza particular. Los occidentales evitan los rincones oscuros, blanquean los
techos y las paredes y hasta los jardines; nosotros buscamos los pequeño
bosques a la sombra; ustedes tienen amplias hectáres de pasto.
La Piel blanca opuesta a la amarilla.
Somos radicales en los gustos; tal vez nos diferencia la piel; consideramos siempre que una piel
blanca es más noble que una oscura, pues no es sólo el color sino la calidad; se nota desde lejos; por muy blanco que sea
un japonés, su blancura posee una veladura. Aunque las niponas se unten con pintura blanca la cara, espaldas, brazos y axilas no pueden
eliminar el pigmento oscuro del fondo de su piel. Una piel blanca no es turbia;
todo su cuerpo es de una blancura refrescante. Si un japonés está cerca de los
blancos es como una mancha no particularmente agradable. Se comprende la
repulsión de los blancos hacia los hombres de color, incluso de los mestizos
negros o blancos. Detectan el matiz de color oculto bajo una piel en una tercera generación de negros.
Nuestros
antepasados delimitaron el espacio luminoso a un lugar cerrado y allí
confinaron a la mujer a la oscuridad; entiendan nada había más bello que la
blancura de la piel, el ideal femenino por excelencia.
Hábitos
Las mujeres se ennegrecían los dientes y se
afeitaban las cejas para realzar el brillo del rostro. el rouge era azul-verdoso de un negruzco nacarado que daba una tonalidad especial. Imaginen una
cara bajo la luz de una linterna con dientes lacados de negro entre unos labios
de un azul no real: se asemeja a un rostro blanco. La blancura de los blancos
es translúcida; la nuestra nos separa
del ser humano.
La luz
América está entregada a la orgía de la luz
eléctrica con anuncios de neón. El potencia de bombillas que utilizan en un ambiente
es inconcebible y, en verano, da mucho más calor. Como hace mucho calor, hacen
funcionar los aires acondicionados
porque esas luces como bolas de fuego no se soportan; a veces son tres o cuatro
en el techo en el jardín, en los cuartos
de baño, en la entrada, en las escaleras
y nunca un lugar a la sombra para refugiarse.
En Japón el aire circula y el calor se
disipa lateralmente.
La sombra para Oriente es una cuestión de
estética.
Bibliografía Tanikazi, J. El elogio de la
sombra. Ensayo.
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