LA MÍSTICA CARMELITANA
La mística carmelitana tiene su origen en el Carmelo con Santa Teresa y
particularmente en la lírica con San Juan de la Cruz. Su origen
proviene de los ascetas y de las tendencias de otras órdenes religiosas, en
especial de los franciscanos Pedro de Alcántara y Osuna y Fray Luis de Granada,
aunque ninguna de estas figuras sea comparable a los mayores exponentes de la
Orden del Carmelo.
Se da en ellos la fusión íntima y delicada de la vida espiritual y la
dinámica vida de acción: entre las cosas de Dios y de la tierra, entre el
éxtasis sobrenatural y el cuidado de lo cotidiano se abrazan en su doctrina la
mística especulativa y la empírica pasando de lo ideal a lo real en una
síntesis jamás igualada. Expresan además sus más altas experiencias que otros
han debido guardar por no haber podido alcanzar esas cimas, la de Santa Teresa
en prosa y San Juan en lírica.
Empresa difícil atreverse a hablar de la sublime mística del santo ni de
las honduras de su espíritu humano, no logrando comprenderla el entendimiento
ni alcanzarla sin ser sostenida por la palma del Señor. No cabe en el corazón
lo que Dios guarda para sus elegidos en la bodega de sus vinos, cuya embriaguez
hace temblar y hablar maravillas no soñadas por ningún ser humano.
Y lo peor es que no existe tampoco forma de explicarla, por muchos
rodeos que se den. Podrán sonar armoniosamente en los oídos de los profanos o
conocedores de la literatura y la poesía mística; podrán sus metáforas agradar
por la gracia; podrán admirar la abundancia de su lenguaje o lo castizo de los
vocablos, pero ni la armonía ni el encanto ni el caudal del vocabulario
bastarán para introducirnos en los secretos de la compenetración
psicológica-divina ni en los estados que el alma atraviesa.
Adivinando- más que sabiendo- podemos analizar al santo. La
literatura mística, cuando logra los quilates de San Juan de la
Cruz desquicia a quien posee el sentimiento de la belleza en sus tres
poemas más célebres: Cántico espiritual, En una noche oscura, Llama de amor
viva.
El tema único es la unión con Dios, pero por no existir un vocabulario
místico debe valerse de símbolos a veces tomados del Cantar de la Biblia o
de imágenes amatorias de poetas profanos. La intensidad y delicadeza amatoria,
hecha de suaves y delicadas insinuaciones, de sublimes estrofas es tan viva que
alcanza las cumbres inalcanzables. El plano humano es elevado milagrosamente al
más alto simbolismo religioso, porque cada metáfora tiene tan hondo y poético
significado que el lector puede olvidar entre el erotismo y lo divino y
aquellas expresiones de amor encendido.
Menéndez y Pelayo escribe lo siguiente sobre su mística: “por allí ha
pasado el espíritu de Dios embelleciéndolo y santificándolo todo (…); confieso
que me infunde religioso terror al tocarla; no parece de este mundo ni es
posible medirla con criterios literarios y eso que es más ardiente de pasión
que ninguna poesía profana y tan elegante y exquisita en la forma y tan
plástica y figurativa como los más sabrosos frutos del Renacimiento. Su
lenguaje, enriquecido con espléndidas metáforas es propio de los ángeles (…)
Borracho de luz, se columpia en el aire, gorjeando suavísimos arpegios
entre las impurezas de lo terrenal.”
Los poemas sanjuaninos significan amor, embriaguez y plenitud, aunque
con términos humanos. No existe otro lenguaje. Si hacemos abstracción de lo
alegórico tienen un valor sublime; baste un ligero toque de soplo religioso
para que toda su poesía se transforme en armonía celestial. Se insinúa un aire
entre los versos otorgándole una trascendencia divina. El Amado es Dios y
el Alma, su esposa. Poesías que apuntan al sentimiento musical más allá de los
sentidos.
A San Juan de la Cruz no le interesaba el arte; lo único que le
importaba era Dios y es de este modo como el prodigio de su obra se torna
densa. El amor a Dios lo llenaba todo. Estaba a una distancia sideral del arte
por el arte. Todo se liga en este poeta como un ejemplo del amor profano en
amor divino, que es finalmente la expresión mística. Avanza atraído hacia el
centro de su real obsesión: Dios y su unión amorosa con el alma a través
de la Unión Unitiva.
San Juan de la Cruz es un monje que supera en arte a cualquier
artista del Siglo de Oro. La literatura mundial no ha producido nada más
nostálgicamente perturbador, donde cada vocablo recibe la plenitud de la
gracia estética. Existe una intensidad de símbolos y un idéntico fervor lírico
emotivo que nos aproxima mejor a los misterios de la divinidad.
Nos encontramos en el límite del precipicio, empujados, sin posibilidad
de retorno; allá, abajo, la razón humana se quiebra en mil partículas. Sólo nos
resta abandonarnos en los brazos de Dios.
Bibliografía:Aalborg tomo Siglo de Oro o San Juan de la Cruz
Menéndez y Pelayo (introducción al tomo I de la Historia
General de las literaturas hispánicas de Guillermo Díaz Plaga, Barcelona
1949, página 28 y subsiguientes.
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