LA MARSELLESA
La Marsellesa
La Revolución
Francesa está en su peor momento; caían las cabezas bajo la guillotina. Luis XVI, como siempre indeciso; los diarios
lo critican, en los clubs discutían, los girondinos deseaban la guerra, los
jacobinos anhelaban el mando con Robespierre a la cabeza: luchaban por
adueñarse del gobierno. La situación es tensa.
El 20 de abril, el
rey declara la guerra al emperador de Austria y al rey de Prusia. En Paris las
almas están trastornadas; la excitación fue peor en las ciudades que en las
fronteras; las tropas se hallan reunidas en los campamentos donde llegan los
voluntarios. Se lucha en Alsacia: los franceses contra los alemanes. El enemigo se halla cerca del Rin.
De noche se escucha el rodar de los cañones y los toques de clarín.
24 de abril 1792:
llegan noticias a Estrasburgo sobre la inminente guerra. El alcalde Dietrich saluda con el
sombrero a los soldados. Toques de clarín incitan al silencio. Lee en francés y
alemán la declaración de guerra.
El pueblo entona una provisoria canción bélica
de la revolución. En los cafés y clubes se escucha exclamar “aux armes,
citoyens/ l´étendart de la guerre est deployé/ le signal est donné”.
Todos los labios
pronuncian esta frase: “aux armes, citoyens/ qu ils
tremblent donc / ces
despotes couronnés/ marchons enfants de la liberté”.
La gente aplaude esas palabras en las calles y
plazas. El miedo también se encuentras en las casas: la madre se pregunta por
el futuro de sus hijos con los labios pálidos y también tiemblan los campesinos
por sus cosechas, por sus chozas, su mísero ganado. ¿No aplastarán sus posesiones
paupérrimas?
El barón Dietrich
está entregado a la causa de la libertad y alienta a los alsacianos. Manda
llamar al capitán Rouget y le pregunta
si no quiere escribir una canción patriota, una poesía para las tropas que
partirán al frente, una canción bélica para marchar contra el enemigo.
Es un hombre
insignificante: no es un gran poeta ni un gran compositor; sus versos y óperas
fueron siempre rechazadas. Escribe versos con pluma ágil en ocasiones. Se
dispuso a complacer el deseo del alcalde, quien le pidió que le envíe de
inmediato la obra para ese ejército en el Rin.
El capitán Rouget
recuerda las frases dichas por ambos bandos en sus discursos y escribe las primeras líneas que son un eco de
aquellas exclamaciones:
Allons enfants de la patrie
le jour de
gloire est arrivé”.
Permanece en
silencio, y de repente fluyen las palabras; no inventa nada, sólo las
versifica y adapta el ritmo de la melodía a las palabras, que pasarán de boca
en boca. Recuerda el ritmo de la calle,
el paso marcial de los soldados, el eco de los clarines y el rechinar de los
cañones. La melodía se somete al compás entusiasta del latido de un pueblo
entero. Escribe velozmente, sin detenerse. Falta solamente la quinta estrofa y
en la madrugada la tiene lista; ni siquiera tiene conciencia de cómo lo logró y
en qué momento la compuso. Rouget las lee, las canta con la música escrita. Se
los muestra a un vecino amigo, que le hace unas breves modificaciones.
Dietrich, mientras
paseaba por su jardín, se sorprende de que
esté lista. Se sienta al piano y toca el acompañamiento, mientras el
capitán canta el texto. La mujer del alcalde -que es música- promete copias de
la nueva marcha y el 26 a la noche durante
una reunión
vespertina se da a
conocer. Los oyentes aplauden con
educación. Se arregló la partitura para piano y otros instrumentos y fue
tocada la pieza. Pero La Marsellesa no
es para ser cantada en un salón por una
sola voz o para satisfacer a los burgueses. Es para ser
cantada por una multitud con clarines y un regimiento marchando. Es un
canto triunfal para los ejércitos franceses y para todo el pueblo.
Rouget- con cierta
humilde vanidad- intenta extraer algún éxito en su provincia. Cante ante los
camaradas; en los cafés reproduce copias y las envía los generales del ejército del Rin. La banda
municipal de Estrasburgo la estrena cuatro días más tarde; la ejecuta en la
Plaza mayor. El editor la imprime y se la dedica al general Luchner.
Durante uno o dos
meses no se oye nada más que la marcha guerrera. En el Sur de Francia, en
Marsella, se ofrece un banquete a los soldados voluntarios; son quinientos
jóvenes que visten el nuevo uniforme de la guardia nacional. Debido al temperamento
meridional de los marselleses, se impone cuando el enemigo penetró en tierras
francesas, pues existe una amenaza y se hallan en grave peligro.
Un joven estudiante
de medicina golpea su vaso y se levanta: todos esperan. Entona la canción que
desconocen y como una llama incendia los corazones. Al otro día está en boca de
decenas de miles de franceses.
El 2 de junio
parten cantándola. Basta que en momentos de fatiga, cuando aflojan las fuerzas
se entone el himno y allí mismo se renuevan de inmediato las energías. Los
campesinos los acompañan a coro. La Marsellesa es la conquista de París.
El 30 de junio se
la escucha a la ciudad con la banda cantando la marcha y resuena el estribillo
por las calles de la capital.
La Revolución
descubrió su voz: posee desde ahora su
marcha triunfal y se canta en banquetes, teatros y hasta en las iglesias o
clubs y hasta en lugar del Tedeum. La
canción en dos meses pertenece a todo el pueblo, al ejército entero. Editan
100.000 ejemplares y la envían a los comando
y en un par de noches logró su mayor difusión.
Rouget diseña
bastiones y barricadas. Quizá hasta olvidó su canción para el ejército del Rin
que nació el 26-IV- 1792
Nadie lo conoce en Francia. Su nombre no figura en el texto impreso y ni siquiera fue un revolucionario; se niega a prestar juramento y abandona el ejército para no servir a los jacobinos. Odia a estos nuevos tiranos déspotas. Dietrich, Luchner más los oficiales y nobles son guillotinados e inician incluso un juicio contra él. Solo el 9 de Termidor, con la caída de Robespierre y su muerte al día siguiente, se abren las cárceles y Rouget recobra la tan ansiada libertad. Pasa desapercibido; durante cuarenta años sobrevive al único momentos importante de su vida. Le quitaron el uniforme y la pensión. No encuentra editores para su obra Se gana la vida en negocios oscuros; por no cancelar un pagaré regresa a la cárcel. Logra salir pero, vigilado por la policía, se recluye en un sitio apartado de la provincia y desde ese sitio oye que la Marsellesa recorre con los ejércitos victoriosos los países de Europa con Napoleón I al mando de los ejércitos. Será prohibida por ser demasiado revolucionaria, cuando Bonaparte es ungido emperador y más tarde por los Borbones. Solo en la Revolución de 1839 escucha sus palabras y su melodía en las barricadas de Paris. El nuevo rey Luis Felipe le concede una pequeña pensión en homenaje por ser el autor.Rouget muere a los setenta y seis años. Nadie mencionó su nombre. Durante la guerra mundial, La Marsellesa se convierte en el himno nacional resonando en los frentes de Francia. Se ordena que el pequeño capitán Rouget sea depositado entonces en Les Invalides, junto a Napoleón y allí el poeta de una sola noche reposa en la cripta de los inmortales.
Bibl . Zweig Stephan. Edit , año
Bibl
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