martes, 25 de octubre de 2022

LA MARSELLESA

                 

 

La Marsellesa

 

La Revolución Francesa está en su peor momento; caían las cabezas bajo la guillotina.   Luis XVI, como siempre indeciso; los diarios lo critican, en los clubs discutían, los girondinos deseaban la guerra, los jacobinos anhelaban el mando con Robespierre a la cabeza: luchaban por adueñarse del gobierno. La situación es tensa.

El 20 de abril, el rey declara la guerra al emperador de Austria y al rey de Prusia. En Paris las almas están trastornadas; la excitación fue peor en las ciudades que en las fronteras; las tropas se hallan reunidas en los campamentos donde llegan los voluntarios. Se lucha en Alsacia: los franceses contra los  alemanes. El enemigo se halla cerca del Rin. De noche se escucha el rodar de los cañones y los toques de clarín.

24 de abril 1792: llegan noticias a Estrasburgo sobre la  inminente  guerra. El alcalde Dietrich saluda con el sombrero a los soldados. Toques de clarín incitan al silencio. Lee en francés y alemán la declaración de guerra.

 El pueblo entona una provisoria canción bélica de la revolución. En los cafés y clubes se escucha exclamar “aux armes, citoyens/ l´étendart de la guerre est deployé/ le signal est donné”.

Todos los labios pronuncian esta frase: “aux armes, citoyens/ qu ils

tremblent donc / ces despotes couronnés/ marchons enfants de la liberté”.

 La gente aplaude esas palabras en las calles y plazas. El miedo también se encuentras en las casas: la madre se pregunta por el futuro de sus hijos con los labios pálidos y también tiemblan los campesinos por sus cosechas, por sus chozas, su mísero ganado. ¿No aplastarán sus posesiones paupérrimas?

El barón Dietrich está entregado a la causa de la libertad y alienta a los alsacianos. Manda llamar al   capitán Rouget y le pregunta si no quiere escribir una canción patriota, una poesía para las tropas que partirán al frente, una canción bélica para marchar contra el enemigo.

Es un hombre insignificante: no es un gran poeta ni un gran compositor; sus versos y óperas fueron siempre rechazadas. Escribe versos con pluma ágil en ocasiones. Se dispuso a complacer el deseo del alcalde, quien le pidió que le envíe de inmediato la obra para ese ejército en el Rin.

El capitán Rouget recuerda las frases dichas por ambos bandos en sus discursos y  escribe las primeras líneas que son un eco de aquellas exclamaciones:

                                     Allons enfants de la patrie

                                     le jour de gloire est arrivé”.

 

Permanece en silencio,  y de repente  fluyen las palabras; no inventa nada, sólo las versifica y adapta el ritmo de la melodía a las palabras, que pasarán de boca en boca. Recuerda  el ritmo de la calle, el paso marcial de los soldados, el eco de los clarines y el rechinar de los cañones. La melodía se somete al compás entusiasta del latido de un pueblo entero. Escribe velozmente, sin detenerse. Falta solamente la quinta estrofa y en la madrugada la tiene lista; ni siquiera tiene conciencia de cómo lo logró y en qué momento la compuso. Rouget las lee, las canta con la música escrita. Se los muestra a un vecino amigo, que le hace unas breves modificaciones.

Dietrich, mientras paseaba por su jardín, se sorprende de que  esté lista. Se sienta al piano y toca el acompañamiento, mientras el capitán canta el texto. La mujer del alcalde -que es música- promete copias de la nueva marcha y el 26 a la noche  durante una reunión

vespertina se da a conocer. Los oyentes  aplauden con educación. Se arregló la partitura para piano y otros instrumentos y fue tocada  la pieza. Pero La Marsellesa no es para ser cantada en un salón  por una sola voz o para satisfacer a los burgueses.  Es para ser  cantada  por una multitud  con clarines y un regimiento marchando. Es un canto triunfal para los ejércitos franceses y para todo el pueblo.

Rouget- con cierta humilde vanidad- intenta extraer algún éxito en su provincia. Cante ante los camaradas; en los cafés reproduce copias y las envía  los generales del ejército del Rin. La banda municipal de Estrasburgo la estrena cuatro días más tarde; la ejecuta en la Plaza mayor. El editor la imprime y se la dedica al general Luchner.

Durante uno o dos meses no se oye nada más que la marcha guerrera. En el Sur de Francia, en Marsella, se ofrece un banquete a los soldados voluntarios; son quinientos jóvenes que visten el nuevo uniforme de la guardia nacional. Debido al temperamento meridional de los marselleses, se impone cuando el enemigo penetró en tierras francesas, pues existe una amenaza y se hallan en grave peligro.

Un joven estudiante de medicina golpea su vaso y se levanta: todos esperan. Entona la canción que desconocen y como una llama incendia los corazones. Al otro día está en boca de  decenas de miles de franceses.

El 2 de junio parten cantándola. Basta que en momentos de fatiga, cuando aflojan las fuerzas se entone el himno y allí mismo se renuevan de inmediato las energías. Los campesinos los acompañan a coro. La Marsellesa es la conquista de París.

El 30 de junio se la escucha a la ciudad con la banda cantando la marcha y resuena el estribillo por  las calles de la capital.

La Revolución descubrió su voz: posee desde ahora  su marcha triunfal y se canta en banquetes, teatros y hasta en las iglesias o clubs y hasta en lugar del Tedeum.  La canción en dos meses pertenece a todo el pueblo, al ejército entero. Editan 100.000 ejemplares  y la envían a los comando y en un par de noches logró su mayor difusión.

Rouget diseña bastiones y barricadas. Quizá hasta olvidó su canción para el ejército del Rin que nació el 26-IV- 1792

Nadie lo conoce en Francia. Su nombre no figura en el texto impreso y ni siquiera fue un revolucionario; se niega a prestar juramento y abandona el ejército para no servir a los jacobinos. Odia a estos nuevos tiranos déspotas. Dietrich, Luchner más los oficiales y nobles son guillotinados e inician incluso un juicio contra él. Solo el 9 de Termidor,  con la caída de Robespierre y su muerte al día siguiente, se abren las cárceles y Rouget recobra la tan ansiada libertad. Pasa desapercibido; durante cuarenta años sobrevive al único momentos importante de su vida. Le quitaron el uniforme y la pensión. No encuentra editores para su obra Se gana la vida en negocios oscuros;  por  no cancelar un pagaré regresa a la cárcel.  Logra salir pero, vigilado por la policía, se recluye en un sitio apartado de la provincia y desde ese sitio oye que la Marsellesa recorre con los ejércitos victoriosos los países de Europa con  Napoleón I al  mando de los ejércitos.  Será prohibida por ser demasiado revolucionaria, cuando Bonaparte es ungido emperador y más tarde por los Borbones. Solo en la Revolución de 1839 escucha sus palabras y su melodía en las barricadas de Paris. El nuevo rey Luis Felipe le concede una pequeña pensión en homenaje por ser el autor.Rouget muere a los setenta y seis años. Nadie mencionó su nombre. Durante la guerra mundial, La Marsellesa se convierte en el himno nacional resonando en los frentes de Francia. Se ordena que el pequeño capitán Rouget sea depositado entonces en Les Invalides, junto a Napoleón y allí el poeta de una sola noche reposa en la cripta de los inmortales.

 Bibl . Zweig  Stephan. Edit , año                     

                      

 

Bibl                

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