jueves, 24 de marzo de 2022

El pintor de la corte xxx

   

       Velázquez  1599 -1623.   En 1621 muere el rey; sube su hijo Felipe IV

Nace en Sevilla en una familia portuguesa de nobles empobrecidos.

A los trece años su padre lo lleva  a un taller. Posee  dotes que se desarrollan con un mínimo esfuerzo. En su primera etapa  trabajó hasta los veinte años.

Viaja a Italia: Génova, Milán, Venecia, Bolonia, Roma y Nápoles.  En España conoce a Ribera y  convive ocho meses con Rubens, que fue enviado en una misión diplomática.  

A los veintitrés  años Velázquez pinta un retrato del rey Felipe III, que lo nombra pintor de la Corte. Lo pintó treinta y cuatro veces en su juventud,  adolescencia, madurez y ancianidad, del lado derecho, con el objeto de obtener su mejor ángulo. Lo pinta siempre de perfil pues la frente del lado izquierdo era abultada y  descomponía   el  rostro   

 inexpresivo;  un rey superficial, no comprometido, que dejó el reino en manos del duque de Olivares. Vestido de negro como su abuelo, su padre y sus dos hermanos,  se interesa por la postura o un traje; en uno de los cuadros está vestido de militar. 

En la corte es tratado como un amigo personal del rey. Su modelo predilecto  fue el príncipe Baltasar, que tenía tres a cuatro años cuando muere prematuramente. Lo pinta en su jaca  donde en el fondo aparece una sierra.  Sólo tres figuras eran estéticamente bellas en la familia real. El infante don Carlos, que murió de muerte prematura; el cardenal-infante, alejado de España, y el príncipe Baltasar al cual elige con placer moldear en un lienzo una y otra vez.

Las Meninas (significa señorita noble o burguesa). La reina Mariana

de Austria y la princesa Margarita están pintadas con trajes luminosos;  la princesa tiene en la mano un pañuelo de finísimo encaje. Dos enanos fueron modelos del pintor; es su cuadro más famoso -no el mejor-; en un alarde de su técnica: dos enanos  junto a una niña adorable engendran más rechazo que placer. Las meninas  están representadas en un taller del palacio; a él llegan el rey y la reina, pero se los ve reflejados en un espejo. La princesa Margarita es atendida por los criados. Dos monstruos, una criada y un enano entretienen a la niña. Una señora vigila el grupo infantil; un empleado  abre la puerta por donde entra el sol y la luz que invade la escena. El artista  está pintando un cuadro que no se ve. Son varias escenas a la vez en planos discontinuos. Dos protagonistas son las jóvenes que sirven a la primera; los enanos  se encuentran cerca a la pareja. La infanta Margarita  con un traje blanco y oro, sus cabellos rubios y su  tez muy blanca  está pintada llena de luz. Existe un dejo impresionista en la figura de la infanta y en otros personajes, sugeridos por pigmentos sueltos, que otorgan una atmósfera lumínica, abandonando  lo tenebroso del pintor.

El cuadro no tiene unidad; no es un mismo espacio real, donde están representadas las figuras. El ambiente viene de las figuras, no del entorno ni del espacio. El naturalismo consiste en no perfeccionar los objetos; es un modo de pintar impreciso, que se inicia  con Caravaggio; el espacio no tiene profundidad como en Tintoretto o Rubens.  Velázquez emplea tres planos siendo el primero y el último luminosos. Entre ambos intercala un plano oscuro con personajes sombríos. En las lanzas de La Rendición de Breda  existe un telón intermedio de personajes oscuros,  sin color. En Las hilanderas, la criada que recoge ovillos o copos es  una figura sombría. Siendo un hombre de poca fantasía, pintaba lo que veía. Las Lanzas en la Rendición, las Meninas y las Hilanderas son creaciones de su genio. Era de carácter melancólico, no creía en las virtudes de la belleza; le interesaba la simple existencia.

Pinta un estupendo retrato de Góngora. Felipe III  lo nombra pintor de cámara. Pasó a ser  servidor de rey y presentador mayor, cargos muy importantes. Lleva una existencia monótona, sin problemas económicos. Vive una vida ordenada y cómoda en la corte. No acepta encargos ni los necesita.

Conoce dos pintores:  Zurbarán y Ribera.

En el cuadro del duque de Olivares, casi un monstruo,  el pintor debió titubear en pintar sus defectos con esa nariz peculiar; fue un difícil modelo. El retrato es una obra maestra del barroco con todos los atributos de ese período: el  volumen del cabello, el cuerpo pesado, la exuberancia del traje, el enorme sombrero, la línea en diagonal y oblicua en la figura le otorga el dinamismo barroco. Inventa el modo de pintarlo de ¾ para disminuir la fealdad de su rostro.

 Felipe III lo amparaba;  nadie osaba criticarlo.  Sentía simpatía y admiración por el rey; vive ajeno a las intrigas,  afirmando que sólo sabe pintar retratos.

En su segundo viaje a Italia pinta al papa Inocencio X y algunos cardenales. El Pontífice le hace llegar una cadena que él rechaza, aduciendo que pinta para su rey.

Tiene permiso para contemplar  las colecciones de cuadros reales en los palacios.

 En La Rendición de Breda, el general victorioso recibe la llave de la ciudad que le entrega Justin de Nassau. Dos figuras a la izquierda, de cuerpo entero-;  en el fondo, la luminosidad extrema; a la derecha, veintiocho lanzas hacia arriba, todas verticales, salvo cuatro, en línea perpendicular, donde la quietud se moviliza con una genial técnica. Ellas sostienen el Imperio de España, que costaba más de lo que España podía gastar.

Las Hilanderas es un tema mitológico.  Dos mujeres en un ambiente festivo no tejen: hilan. Son dos, no son las tres Parcas que anticipan la muerte.  

En la adolescencia pintó bodegones y la clase social humilde. Rafael pintaba la belleza idealizada, Rubens el dinamismo, y el Greco el manierismo exagerado. 

Con Caravaggio nace el naturalismo; conserva la esencia de la pintura barroca -el claroscuro- para señalar  el volumen corporal; su iluminación eligió combinaciones de luz artificial. Es la misma luz de los bodegones de Velázquez; desde ese instante el dramatismo del claroscuro  disminuye en sus cuadros más célebres. Son documentos de una exactitud extrema, de un verismo completo. Elimina el volumen en la imagen; pinta objetos cotidianos y de esa realidad toma algunos elementos, lo estrictamente necesario.

El arte italiano deforma los objetos y las figuras para otorgarles belleza. El movimiento en sigma  otorga belleza estilística. El Greco llega a lo etéreo, alargando los cuerpos como si fueran puro espíritu. El español se ausenta del cuadro; es su técnica, su estilo. 

 Velázquez pintaba  el ambiente -con una técnica que  atenúa el naturalismo- y en las Hilanderas evita el retrato. La anciana tiene rasgos genéricos y evita presentarnos el rostro de la joven hilandera.

Quedan cuatro cuadros religiosos: el Cristo Crucificado, a pedido del rey. La Coronación de la Virgen y otros dos.

Un rasgo peculiar es que sus figuras pintadas estuvieran cómodas. La figura de Cristo en la cruz está en reposo; no muestra la tragedia del momento. Tiene los pies juntos apoyados en una  madera. Reduce el dolor y lo convierte en seriedad. Para evitar el gesto d sufrimiento cubre con sus cabellos oscuros la mayor parte de su rostro. No se nota el rictus en la figura; es un rostro serio y refinado, casi sublime. Evita que los personajes expresen emociones, ni siquiera en el Cristo Crucificado. En La Coronación de la Virgen retorna al modelo claroscuro y a la época reflexiva  de sus treinta años.

Pinta su último cuadro religioso  Cristo de visita en casa de Marta y María; una cocina  en donde una anciana y una moza se afanan en la preparación de la comida. No están ni Cristo ni Marta ni María, pero  en el muro cuelga un cuadro y allí si están las figuras de Cristo y  las Santas como una presencia irreal. Lo resuelve oblicuamente.

Pintó cuadros mitológicos: los borrachos en alusión a Baco, La fragua de Vulcano, Mercurio y Argos, El gladiador moribundo,  Martes y alguno  temas paganos, figuras semi mitológicas como las Hilanderas, con un dejo de  pintura holandesa y algún rasgo de la pintura italiana. No acompaña el mito: Baco es una escena de borrachos.  Vulcano es una fragua y Las Hilanderas es un taller de tapicería y en Esopo y M… dos harapientos, mendigos  desprecian las vanidades del mundo.

 No representa paisajes. La pintura se libera de la escultura.  No acepta tampoco la tradición artística y se las ingenia para demostrarlo. Es un arte diferente al  tradicional; rompe las  trabas con un cuadro anti- convencional:  nada de vacíos ornamentos:. Vive  su arte en contra de los valores de su época.

 A Rubens lo sorprendió la rudeza de los artistas españoles. La mayor parte de las  pinturas venían del extranjeros. Pero en una sola década de ese siglo nacen Ribera, Zurbarán y el Greco.

El interés por la pintura en España era escaso hasta la mitad del S. XVI y  XVII;  conocen el arte por las colecciones privadas o por sus viajes a Italia.  

Sevilla es la capital del imperio colonial y la más rica de la península; están atentos a las novedades de Italia, bajo el influjo pictórico de Caravaggio. Todos los artistas superiores  imitaron su influjo, incluso los flamencos  y franceses.  En  Italia predomina  la forma, deformando lo  real en pro de un ideal.

Los cuadros religiosos los creo Velázquez en plena madurez, con el claroscuro que se encuentra en los rostros. En San Antonio y San Pablo ejerce el máximo de su maestría.

En  1629, en  su segundo viaje a Italia, pinta el retrato de un criado moro. Pinta  el retrato  del Papa Inocencio X, el de su cuñada y algunos cardenales. Los retratos no eran un tema de gran éxito hasta fin del siglo XVIII, salvo en Inglaterra, donde se pusieron de moda.   A fin de  ese siglo hubo entre los ingleses un estallido  de retratos y paisajes.  

Pintó  pocos retratos femeninos  con sus colores preferidos: los pardos, negros, olivas, blancos, azules y marfil.

La soltura del pincel en este posterior período es excelente. Queda poco de la  huella de Caravaggio ni de la etapa de Sevilla. Descubre su técnica. En el cuadro de La Adoración de los reyes  en 1619, está  sometido  a la pintura de Caravaggio. El rostro de la Virgen tiene encanto, pero el cuerpo de las figuras   tiene  cierta pesadez.

En el Barroco, las figuras quietas están en movimiento eterno. En Velázquez  impera el sosiego, el instante detenido.

 Sus cuadros tienen algo de la fotografía. Pinta  las figuras sin mover la pupila. Esto lo lleva a una unidad espacial y a veces a una unidad temporal. Es la eximia diferencia con los otros artistas barrocos, que pintan diferentes instantes, diferentes puntos de vista como huyendo de lo temporal.  Velázquez se detiene en el instante, expresa lo que el lenguaje no podía decir.


 

 

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