Farinelli IL CASTRATO
Un dios, un virtuoso que evitaba los adornos y proezas vocales, destinadas a
conquistar el aplauso fácil y la admiración superficial. Una leyenda, un
monstruo vocal, resultado de la terrible, angustiosa, estigmatizadora condición
de castrado, una crueldad inherente al servicio de una voz de ángel. Lo
quisieron reyes de España y compositores, como Nicola A. Porpara, su maestro,
Häendl y su hermano Ricardo, entre otros.
Resultados de prácticas ignominiosas -pero a menudo sacralizadas y tan viejas
como la humanidad-que hoy constituyen un vago recuerdo de bárbaros hechos ,
penados por la ley,- salvo por motivos terapéuticos-, los castrati fueron
monstruosas pero adoradas criaturas destinadas a poseer un registro vocal
sobrehumano. La emasculación practicada en niños entre los siete y los doce
años, dotados de una bellísima voz, permitía que ésta continuara surgiendo
"milagrosamente" de cuerpos adultos, cuya laringe había experimentado
la menor transformación al haber intervenido el productor de hormonas masculinas
o testogerona.
No se trataba contra lo que pudiera creerse, de eunucos, tal como era costumbre
en la antigüedad, por motivos de fanatismo religioso (inmolación de la
virilidad como tributo a los dioses o interés político o precaución ante las
tentaciones de la carne, por ejemplo los custodios de los harenes). Pero al
eunuco se le extirpaban totalmente los órganos sexuales exteriores, en tanto
que la castración de la época barroca era la ablación de los testículos, que se
extraían mediante una incisión practicada en la ingle. La única anestesia de
esa época era el baño en agua helada -que además frenaba la hemorragia-,el uso del láudano opiáceo o la comprensión de las carótidas. La ablación era
efectuada por los barberos, supuestamente hábiles para tan terrible cirugía. A
la operación seguían dos semanas de convalecencia, si es que lograban
subsistir, ya que los riesgos de infección o pérdida de sangre eran enormes en
esos tiempos. Pero incluso en caso de éxito en tan brutal emasculación , ésta
no garantizaba el ansiado objetivo de preservar una delicada, asombrosa voz de
soprano, con el tiempo reforzada por la capacidad pulmonar adulta.
El castrado no cruzaba el umbral de la pubertad: carecía de vello y nuez y su
laringe estaba en contacto con las cuerdas vocales, consiguiendo una
luminosidad cristalina en el canto, que conservaba hasta la vejez, aunque el
cuadro de modificaciones morfo-genéticas y metabólicas,- aparte de las
evidentes alteraciones psicológicas-, producidas por la mutilación y sus
consecuencias, resultaba inevitable: crecimiento desmesurados de los huesos y
tendencia a la obesidad, como mínimo. Podían ser gigantes que cantaban como
ruiseñores.
En Italia se practicaban de cuatro a cinco mil castraciones anuales: muchos no
lograban el milagro vocal buscado o peor todavía, la voz cambiaba para mal,
siendo su injusto final el de marginados que pasaban a engrosar la lista de
indigentes. Eran utilizados como fenómenos de feria para regocijo ajeno o
terminaban enrolados en bandas de forajidos. Se crearon auténticos monstruos:
no eran mujeres aunque tampoco hombre: casi la creación de una nueva raza.
La inhumana costumbre de la castración terminó hacia 1850, excepto la provisión
de cantores para la Capilla Sixtina, que siguió hasta principios de siglo.
Los falsetes españoles del gran siglo,
que tuvieron un monopolio en el Vaticano fueron desplazados por los castrati
italianos.
Los afortunados eran calificados de voz de ángel: sus dotes podían ser
prodigiosos y subyugaban a los públicos europeos líricos, que los consideraban
ídolos. Eran admirados por lo insólito de su timbre. Su laringe pequeña y
flexible y sus cuerdas vocales cortas les permitía alcanzar una gama amplísima
(tres octavas y media, en el caso de Farinelli). Poseían una gran potencia vocal
y algunos conseguían mantener las notas durante más de un minuto; eran
auténticos fenómenos.
El origen de la castración se convirtió en una pavorosa falsedad. Los italianos
sienten tanta vergüenza por este hábito que cada provincia acusa y culpa a la
otra.
Apodado el cantor de reyes, Carlos Boroschi –cambiaban el plural para aludir a
la familia- nació en 1705 en Andrea (Reino de Nápoles). Los castrati tenían por
lo general un origen social humilde, aunque no era ésta su situación ;el padre
se desempeñó como gobernador en diversas localidades napolitanas.
El niño fue castrado entre los siete y los ocho años; fue alumno de Nicola A.
Porpora, autor de más de cincuenta óperas y uno de los grandes profesores de
canto de la historia. Fue protegido por los hermanos Fariña, de donde adoptó su
nombre artístico. Apareció en escena a los quince años, en 1729, en el palacio
del príncipe de Tordella, interpretando un papel en Angélica e Medero, obra
compuesta por su profesor, con libreto de Metas tasio. Tras los duelos usuales
en esa época, entre la voz y la trompeta, hasta el abandono del instrumentista,
vencido por las excepcionales características vocales del castrado, va
consolidando su fama y a los 23 años es acogido en el teatro de Venecia,
entonces muy en boga. Si celebridad se extiende por Europa; canta para Luis
XIV, pese a la competencia entre la lírica francesa y la italiana. Londres
también lo aclama. En 1734 fue llamado por el Teatro de la Nobleza, dirigido
por su profesor Porpora, que mantenía gran rivalidad con el Teatro Real,
dirigido por Häendl. Farinelli llegó a percibir 1500 libras, además de los
presentes y recompensas de sus múltiples admiradores. Los castrati ejercían un
irresistible atractivo sobre las mujeres; de ahí su magnetismo sexual, a su vez
que su incapacidad creadora. Finalmente, la monarquía española contrató a
Farinelli, a los 32 años, quien llegó a España en 1737, para una estancia breve
y se quedó 22 años. El rey era apático, indiferente, rencoroso con sus
antagonistas y, en los últimos años, mostró señales de auténtico desequilibrio
mental.
Muere el rey, le sucede un hijo que se queda con el cantante. El rey y su
séquito caza de día y por la noche escucha los gorjeos del lírico. Pero
Fernando muere y le sucede su hermanastro Carlos III, que echa al cantor de la
corte.
Este se retira a Bolonia, donde mandó construir un magnífico palacio en el cual
recibió a Mozart, Glück y al emperador José II, entre otros.
Dedica sus días a ejercicios espirituales, al canto y a la música. Su generosidad
mereció elogio general, prestando ayuda a familias necesitadas de origen
español y fundando un instituto a beneficio de los huérfanos.
Carlos Boroschi o Farinelli murió en 1782; quiso un funeral discreto, donando
sus bienes a sus sobrinos y a los criados que lo cuidaron en su último retiro.
Su tumba desapareció destruida por los ejércitos de Napoleón. Fue el más
célebre de los castrati, dotado de una voz angelical aunque sujeto al infierno
de una existencia condicionada por las indignas costumbres de su tiempo.
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